Disiente Goyena

A continuación reproducimos la disertación que Pánfilo Goyena, de la Universidad de Nueva Guipúzcoa (Davao) ha titulado como "Epístola napoleónica y entrópica sobre la prosa del sujeto apellidado Sentado".

Viérame con otros cristianos y no pensase en estos moldes, pero quiera que zutano enaltece la alcurnia de los aplatanados hartos de pancit, y la ocasión apremia al intelecto. Pues el tal sujeto, para más detalles, David Sentado, sostiene que en ejercicio radical de alegoría, se vio forzado a figurarse un escenario filipinesco pre-comodoriano, en el cual el curso natural de las cosas llevaría a la literatura filipina a consagrar en el espacio hispanohablante una originalidad inmarcesible que, los cien millones de filipinos actuales, no podrían sino consagrar a través de figuras que el Nóbel reconocería. Pero tal parábola, esgrimida con tantos aspavientos, queda en agua de borrajas para subsumirse en la retahíla del más decadentista agorero: carpe diem, ubi sunt, tempus fugit. Como resultado: la cópula de dos zombies. Cómo es posible que Sentado sostenga primero la continuidad histórica ―incluso se la quiera inventar, sin darnos pistas sobre su invento― para concluir en el ejercicio forense, ¿quién le ha dado vela en este entierro? Pues ya lo venimos diciendo en nuestras revistas davaoeñas, tan poco conocidas en los ambientes tagalistas manileños. Si sólo fuésemos los forenses beneméritos que diésemos parte de defunción, o los albaceas testamentarios que distribuyéramos bienes como parte interesada (“corralillos académicos” lo llama Sentado) o, crudamente, los buitres azote del mundo que recogiésemos la leña del árbol caído, sobre nosotros caería la culpa. Para decirlo de forma clara, al crítico literario le atañe mayor responsabilidad que el mero parte de hechos, o la inconsciente huida a Egipto. El crítico literario no puede decirnos que ya no hay nada, que de la segunda lengua más hablada del mundo, aquélla que antaño pudo haber sido la lengua nacional de la primera República de Asia, ya no queda nada. El crítico literario no puede decirnos que en un país de cien millones de habitantes nadie escribe en español, la lengua de su literatura clásica y en la que escribieron sus principales intelectuales, la lengua que fue oficial desde 1571 hasta 1987. El crítico literario no puede decirnos, a nosotros, hispanohablantes, que no existan hoy en día filipinos con inquietudes por seguir la tradición literaria más longeva y más incuestionablemente nacional, aquélla que desde el Barroco del siglo XVI se extiende al pensamiento criollo, los miembros de la Propaganda, el Modernismo asiático y la contestación antiamericana, hasta llegar a la revolución cibernáutica y la diáspora a la que conduce el subdesarrollo. Cualquier huida a Egipto sería una irresponsabilidad, pues el crítico literario debe asumir el hoy y el ahora, y crear desde lo creado, por mínimo que sea, los mimbres técnicos que permitan dar carta de naturaleza a una literatura que sin duda existe, aunque cerremos los ojos o miremos a otra parte.

Napoleónico, sostiene Sentado quarante siècles vous contemplent para después pasar a las bravas al Antiguo Régimen, y agorero, proclamar après moi, le déluge. Cómo les gusta a los argonautas ser los pioneros de la elegía. Pero parece que la elegía es contagiosa, y los propios minotauros raudos componen epigramas. ¿Y quién es el tal Sentado, que exiliado por la rambla de Bilbao y soldado del ostracismo, nos viene ahora a perorar el triunfo del solipsismo? ¿Qué no se da cuanta que en su búsqueda de Ítaca otras Atlántidas han emergido en el país de las sirenas? ¿Qué nos quiere confundir Sentado siendo argonauta y haciéndose pasar por minotauro, para en tal pirueta de birlibirloque denostar a los propios minotauros que, famélicos como Rocinantes, tratan de llegar al Toboso? ¿Qué nos hace ejercicios de erudición, para concluir condescendiente con “meritorios aunque forzados intentos escritos bajo la discutible tesis…”? ¿Y quién habló de “vitalidad”? Si nunca la hubo, y bien consciente que es de ello Sentado, que a lo largo de las páginas de su prosa habla de militancia post-comodoriana. Disiente Goyena, para inferir los procesos de transformación de una literatura como ser vivo, y afirmar los procesos entrópicos:
“... la flecha del tiempo ha tomado sentido en tanto que concepto físico irreductible [como afirmaba Boltzmann] y, con ella, se ha transformado la propia noción de ‘ley de la Naturaleza’. Sin embargo, las dos ciencias que han continuado la dinámica clásica en el siglo XX, la mecánica cuántica y la relatividad, han heredado de aquélla la simetría entre el pasado y el futuro. Ellas siguen solidarias del ideal de precisión infinita del que era portador el principio de razón suficiente. ¿Es posible reencontrar, en el mundo microscópico que rigen las leyes cuánticas, el equivalente del ‘caos determinista’?”[1].
Una vez llegados a este punto, manejamos una serie de realidades físicas que se van estableciendo como nuevo paradigma científico, que comporta al mismo tiempo una nueva visión del mundo. No se trata de establecer las leyes de un ordenamiento físico por medio de precisión matemática o empirismo lógico, ni tampoco la relativización de estas leyes por medio de la velocidad de la luz que determina la apreciación del cálculo. Lo que la física hoy en día nos dice es que la energía de la materia posee una dinámica constante en una linealidad del tiempo irreversible[2], que esa energía actúa, siempre constante o crecientemente, buscando el orden, y que por lo tanto su existencia hasta el orden es el caos. Una vez alcanzado el orden y el equilibrio, esa energía se transforma, ya que la energía no puede ser creada ni destruida, lo cual es el primer principio de la termodinámica.

Actualmente se establece pues la recuperación de principios clásicos que la relatividad había desechado, como la linealidad irreversible del tiempo. Si se afirma que el tiempo es irreversible, no puede éste nacer en una realidad reversible[3]. Esto es precisamente lo que nos interesa destacar, la irreversibilidad del devenir, el tiempo inescrutable que actualiza una energía en constante homogeneización, lo cual es el segundo principio de la termodinámica.

Los flujos de energía que tienden a la uniformidad fueron estudiados a mediados del siglo XIX por Rudolf Clausius, para quien la dinámica de la uniformidad de la materia era una constante que podía ser mensurable a través de la «entropía», el retorno de la energía a un estado de equilibrio. A mayor equilibrio, mayor entropía, de modo que la energía tiende a crecer o mantenerse hasta alcanzar la armonía en un sistema. En un principio pues, el segundo principio de la termodinámica afirmaba: la flecha del tiempo según el aumento de entropía, la degradación de la energía y el caos de la materia que conducía al desorden:
“De acuerdo con el segundo principio de la termodinámica, la entropía del universo está en constante aumento; es decir, la distribución de la energía en el universo está constantemente igualándose. Puede demostrarse que cualquier proceso que iguala las concentraciones de energía aumenta también el desorden. Por consiguiente, esta tendencia a incrementar el desorden en el universo con movimientos aleatorios libres de las partículas que lo componen no es sino otro aspecto del segundo principio, y la entropía cabe considerarla como una medida de desorden que existe en el universo”[4].
Dentro de un sistema dinámico limitado, las coordenadas de evolución de la energía serían entonces previsibles, pues el proceso sería un constante desorden que llevaría al caos. Pero no es esto lo que la entropía nos dice, ya que el aumento de la entropía, que es irreversible como la linealidad temporal, tiende hacia el equilibrio de la energía, y la dinámica que introduce en la misma, si bien a priori aleatoria, se constata a posteriori como un caos que busca su ordenamiento microscópico, según lo que nos demuestra la mecánica cuántica:
“Este sencillo ejemplo [separación de gases mezclados que se ordena diferenciando moléculas] muestra hasta qué punto nos es necesario liberarnos de la idea de que la actividad productora de entropía es sinónimo de degradación, de nivelación de diferencias. Pues si bien es cierto que debemos pagar un precio entrópico por mantener en su estado estacionario al proceso de termodifusión, también es cierto que este estado corresponde a una creación de orden. Una nueva mirada se hace así posible: podemos ver el ‘desorden’ producido por el mantenimiento del estado estacionario como lo que nos permite crear un orden, una diferencia de composición química entre los dos recipientes. El orden y el desorden se presentan aquí no como opuestos uno a otro sino como indisociables”[5].
La mecánica cuántica lo que nos está diciendo es que la que a nivel macroscópico puede parecer relativo, a nivel microscópico se nos muestra como algo determinado por leyes en mayor o menor medida deterministas. Si en sistemas dinámicos limitados la previsibilidad es prácticamente total, pues el funcionamiento interno del sistema evoluciona de acuerdo a unos patrones constantes, en sistemas dinámicos disipativos este determinismo se está haciendo cada vez más presente. A medida que se ven delimitando los procesos de evolución molecular dentro de los sistemas disipativos no lineales, se está demostrando que existen dispositivos intrínsecos de homogeneización de la aleatoriedad aparente, que llevan por lo tanto al caos de la energía inicial a un equilibrio del sistema, que es entonces la adquisición constante del segundo principio de la termodinámica, el crecimiento con el tiempo de la entropía:
“La irreversibilidad lleva a nuevos fenómenos de orden. Lo que también conviene recordar es que, ya a escala macroscópica, estamos ante una ‘mezcla’ de determinismo y probabilidad. Einstein, en uno de sus últimos trabajos, volvía sobre el papel de las probabilidades en física, y llegaba a la conclusión de que los que pensaban que el carácter estadístico de la mecánica cuántica acabaría con el determinismo a nivel macroscópico, el nuestro, iban a quedar defraudados”[6].
Estamos pues ante una nueva construcción paradigmática que conforma a su vez la impresión del ser sobre el mundo atendiendo a planteamientos gnoseológicos renovadores. El sujeto ya no percibe al objeto desde una posición de escrutador o desvelador de las leyes naturales, ni tampoco relativiza su competencia de observador por un medio que no alcanza, sino que el sistema posee sus propias leyes, y al mismo tiempo el sujeto está dentro de las leyes del sistema. El sujeto no será demiurgo, ni el objeto será panteísta, pero ambos coexistirán en una realidad constante e irreversible, que por contra, en su trayecto hacia el equilibrio, puede deambular por caminos en mayor o menor medida azarosos. Aquí es donde nos aparecerá el límite de la libertad, la libertad existe en términos físicos pero lo hace en sistemas particulares y sometida a la regulación de un punto sobre el que gira, un atractor que conduce del caos al orden:
“Pero el rechazo del criterio clásico trata sólo de evitar una petrificación. Dice sí a aquello que la tradición científica afirma justificadamente, y dice sí también ―investigándolo― a aquello que niega o excluye por errático. No otro es el sentido de que se abra a lo quebrado, aperiódico, sintético, abrupto, turbulento, activo, complejo, autoproducido, infinito dentro de cada finitud. Ahora se entiende que o caos no es eso o bien sólo interesa lo caótico, pues bajo semejante nombre caen el concreto universo donde existimos y un poder cosmogónico que debe considerarse la principal fuente de presencias. En definitiva, si hay ser ―y no más bien nada― el peso de semejante realidad le incumbe en mayor medida al desequilibrio que al equilibrio, a lo irreversible que a lo reversible”[7].
Pues bien, la literatura filipina escrita en español que hoy en día sale a luz, es el mayor de los caos imaginable. El necio (ne-scio), el que no conoce ni quiere conocer, no pierde ni un minuto en denostarla, ningunearla, denunciarla como cópula de zombies. Se trata de una afirmación condescendiente, muy apta de iconoclastas borgianos que tienen el rasero en lecturas de juventud de la bella Europa. Pero yo, que soy lezamiano, prefiero el barroco tropical y el eros cognoscente: “Ya va siendo hora de que todos nos empeñemos en una Teleología Insular, en algo de veras grande y nutridor”. Iluminado, iluminado sostiene Sentado la orgía gomezriveriana, “El amor hice por sus suelos”. Quien como San Juan de la Cruz en noche oscura, quien como Averroes en la iluminación de la razón aristotélica, por fin sostiene Sentado el sueño de la razón, y los monstruos, los minotauros, se le hacen presentes por fin al argonauta. El miedo a marcarle a Brasil comienza por ahí, por creer ver razón en algo que es completamente irracional, caótico, la mayor de las heterodoxias. Quienquiera que lea la joya bibliográfica (o centón infumable, según el orientalista Desbarrados que ya citara Rizal en su novele Dapitan) “Galería de fantasmas. Crónicas del mundo friqui”, en Por qué no escribí Cien años de soledad y otras ficciones (2001), se dará cuanta que Sentado bautizaba a los minotauros como “fantasmas”, y usa el concepto de «crónica» usurpado de otro conspicuo crítico al cual no cita en la dedicatoria de su volumen prosístico. Y es en este libro donde su altivez borgiana se empieza a transformar en aceitunero altivo, gallato borreguero y una pátina izquierdista que, Sentado, se ruboriza en exteriorizar. Hernandiano pues, nos habla de Miguel, Antonio López, Goya, Dalí y, por fin, Nicomedes Joaquín. Y todo el caos se revela, todas las fuerzas físicas llevan desde el primer principio de la termodinámica (la dirección del tiempo) al segundo (la transformación de la energía, la muerte como orden). La tradición hispánica fenece para el Archipiélago, y el propio acto de fenecer constituye la constatación del caos y, en consecuencia, el orden absoluto de su materia, la muerte, la modernidad. Mantra le llama Sentado: “It´s possible”. Abre los ojos y lo verás. Pues no hay muerte donde hay bienaventurados, y para aquéllos será el reino de los cielos, aquéllos que sepan leer el caos, la modernidad, de uno de los fenómenos literarios más alucinógenos de la historia de la literatura universal: una literatura en lengua europea hecha en Asia desde el siglo XVI, que se expande al mundo a pesar de someterse a los imperios más poderosos de la historia. Sostiene Sentado la falacia del producto, disiente Goyena sobre la pronta proclama gala y la nula perspicacia entrópica, cuando la modernidad nos revela sus maravillosos vectores ordenados en un aparente caos. Todo tiene su razón de ser, y los vectores gomezriverianos, farolianos, lozanianos, delapeñanos, macarianos y lanotianos, son las fuerzas entrópicas que, siguiendo la linealidad del tiempo (primer principio de la termodinámica) han subsumido a la hecatombe del caos (segundo principio de la termodinámica) para mostrarnos a nosotros, los mortales, el ordenamiento de la materia literaria como fruto de la colisión última entrópica. Ha llegado al fenómeno literario, lo hemos visto; algún día llegará al universo. Hasta que así sea, no más De profundis. Quienquiera tomar las de Villadiego, que no se llame hispanohablante.

Quienquiera comenzar a andar camino hacia el Toboso, que lea Sostiene Sentado. Artículos periodísticos de David Sentado (Manila, 2011), editados por el egregio filipinista José María Fons, y será consciente de los secretos que han llevado en la última década al español y a la literatura escrita en español a resurgir en Filipinas. Y una vez conocido el preámbulo, que se sacie con el libro alcoyano-veneciano Literatura hispanofilipina actual (Madrid, 2011). Dos obras fundamentales para todo aquél que quiera saber que en Filipinas may pag-asa para la lengua española.
 
 

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